viernes, 13 de junio de 2014

Ruido de tablas. Crítica. "The Room"

Pocas veces he sentido en una sala de teatro, las sensaciones que me deparó “The room, yo trabajé para el diablo”. Entre ellas quisiera destacar la inquietud y sobre todo el miedo. Miedo del que sabe que lo que esta viendo y oyendo no es invención de ningún autor. "The Room" es el testimonio crudo y veraz de un sicario real, ambientado en un mundo demasiado real, dominado por “El Narco”. Un mundo que se intuye, que permanece oculto, pero que mueve economías, voluntades y conciencias a fuerza de sangre y plomo.

La propuesta es netamente un documental, únicamente el arriesgado concepto `propuesto por May Ríos se ajustaría a la denominación artística. El resto de la propuesta son extractos sobrecogedores  del sicario sobre, el antes, durante y después de su trabajo con “El Narco”. No esperéis encontrar licencias poéticas ni concesiones didácticas, ni “moralinas” varias. La obra es como si te escupieran a la cara, mientras te apuntan la cabeza con una automática, no tiene dobleces ni atajos, solo verdad, dolorosa verdad.


El sicario balbucea su historia, nos interroga el alma escondido desde su pasamontañas, mientras se mueve acechante por la pequeña salita, jugando con una navaja “mariposa”, creando al espectador una sensación de peligro mórbidamente efectiva. Esta sensación se antoja indispensable para la experiencia de la obra, nosotros como espectadores tenemos que sentirnos en peligro, estamos hablando cara a cara con el brazo mortal del diablo, tenemos que creerle, sentir la amenaza constante a la que nos tiene sometido, saber que vida y muerte pueden despender del un “bajon” de su “pedo” o de un simple pestañeo.


Especialmente estremecedores se plantean los pasajes en lo que el sicario, nos relata los mecanismo de tortura empleados por “El Narco” a la hora de cobrar deudas y “pagar” chivatazos, simplemente devastadores, impregnados de sangre, heces y dolor. El mal relatado no acaba ahí, también oiremos historias de niños muertos, mujeres violadas y asesinadas por ¡querer pasarse de listas! con el patrón. El escalofrió aún perdura.


A la propia potencia del texto le tenemos que sumar el prodigioso trabajo de May Ríos, que crea y compone un sicario totalmente veraz. Su forma de hablar es exactamente igual que la forma de hablar del “lumpen” norteño mexicano. No es un interpretación al uso, es un completo traslado de “piel” y alma hacia un territorio alejado e inaccesible para la mayoría de los actores. Sin temor a equivocarme estamos ante la interpretación más estremecedora, que he podido ver en años. No exagero señores, vean como se mueve, como habla y como miran esos ojos de diablo caído y luego me cuentan, simplemente magistral.


En resumen una obra con la suficiente potencia y entidad, como para declararla imprescindible. Un descenso, hacia veredas polvorientas y sucias, con el brillo de las “escamas” de un kilo mal cortado de coca. Una historia no escrita, de violencia y muerte. Donde no existe redención posible ni arrepentimiento veraz, solo queda un tiro en la nuca y después cualquier maletero de coche, o desierto mexicano, sin mas grito que una llamada implorosa a una madre muerta o el siseo traicionero de una víbora de cascabel mirándote a los ojos esperando tu muerte.



Dirección: Saúl de la FUENTE.
Producido por: PHENTESILEATEATRO.


Cuando?: jueves a las 21:00 y viernes a las 20:30.
Donde?: La Casa de la Portera. Calle Abádes, 24
Cuanto 15 euros, más info aquí.

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