Pocas veces he sentido en una sala de teatro, las
sensaciones que me deparó “The room, yo trabajé para el diablo”. Entre ellas
quisiera destacar la inquietud y sobre todo el miedo. Miedo del que sabe que lo
que esta viendo y oyendo no es invención de ningún autor. "The Room" es el
testimonio crudo y veraz de un sicario real, ambientado en un mundo demasiado
real, dominado por “El Narco”. Un mundo que se intuye, que permanece oculto,
pero que mueve economías, voluntades y conciencias a fuerza de sangre y plomo.
La propuesta es netamente un documental, únicamente el
arriesgado concepto `propuesto por May Ríos se ajustaría a la denominación artística.
El resto de la propuesta son extractos sobrecogedores del sicario sobre, el antes, durante y después
de su trabajo con “El Narco”. No esperéis encontrar licencias poéticas ni
concesiones didácticas, ni “moralinas” varias. La obra es como si te escupieran
a la cara, mientras te apuntan la cabeza con una automática, no tiene dobleces
ni atajos, solo verdad, dolorosa verdad.
El sicario balbucea su historia, nos interroga el alma
escondido desde su pasamontañas, mientras se mueve acechante por la pequeña
salita, jugando con una navaja “mariposa”, creando al espectador una sensación
de peligro mórbidamente efectiva. Esta sensación se antoja indispensable para
la experiencia de la obra, nosotros como espectadores tenemos que sentirnos en
peligro, estamos hablando cara a cara con el brazo mortal del diablo, tenemos
que creerle, sentir la amenaza constante a la que nos tiene sometido, saber que
vida y muerte pueden despender del un “bajon” de su “pedo” o de un simple
pestañeo.
Especialmente estremecedores se plantean los pasajes en lo
que el sicario, nos relata los mecanismo de tortura empleados por “El Narco” a
la hora de cobrar deudas y “pagar” chivatazos, simplemente devastadores, impregnados
de sangre, heces y dolor. El mal relatado no acaba ahí, también oiremos
historias de niños muertos, mujeres violadas y asesinadas por ¡querer pasarse
de listas! con el patrón. El escalofrió aún perdura.
A la propia potencia del texto le tenemos que sumar el
prodigioso trabajo de May Ríos, que crea y compone un sicario totalmente veraz.
Su forma de hablar es exactamente igual que la forma de hablar del “lumpen”
norteño mexicano. No es un interpretación al uso, es un completo traslado de “piel”
y alma hacia un territorio alejado e inaccesible para la mayoría de los
actores. Sin temor a equivocarme estamos ante la interpretación más estremecedora,
que he podido ver en años. No exagero señores, vean como se mueve, como habla y
como miran esos ojos de diablo caído y luego me cuentan, simplemente magistral.
En resumen una obra con la suficiente potencia y entidad,
como para declararla imprescindible. Un descenso, hacia veredas polvorientas y
sucias, con el brillo de las “escamas” de un kilo mal cortado de coca. Una
historia no escrita, de violencia y muerte. Donde no existe redención posible
ni arrepentimiento veraz, solo queda un tiro en la nuca y después cualquier
maletero de coche, o desierto mexicano, sin mas grito que una llamada
implorosa a una madre muerta o el siseo traicionero de una víbora de cascabel mirándote
a los ojos esperando tu muerte.
Dirección: Saúl de la FUENTE.
Producido por: PHENTESILEATEATRO.
Cuando?: jueves a las 21:00 y viernes a las 20:30.
Donde?: La Casa de la Portera. Calle Abádes, 24
Cuanto 15 euros, más info aquí.
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